A lo largo de la historia se han dado dos tipos de explicaciones sobre el origen de las especies: la creación directa y la evolución biológica. Los primeros (los creacionistas) sostenían que Dios creaba directamente a las especies y que el origen de cada una de ellas se debía a un acto creador divino específico. El científico más representativos de este pensamiento, fue Carl von Linné (1707-1778) que sintetizó sus teorías con esta frase :«Hay tantas especies diferentes como formas diversas fueron creadas en un principio por el ser infinito».
Pero a partir de la segunda mitad del siglo XVIII al empezar a comprobarse que los individuos de una misma especie no eran todos parecidos entre sí y que sus descendientes tampoco eran siempre iguales a sus progenitores, algunos naturalistas empezaron a defender la teoría de que las especies actuales podrían haber surgido por la transformación de las especies anteriores y fue Charles Robert Darwin (1809-1882) quien mejor lo puso de manifiesto en el año 1859 cuando publicó su libro The Origin of Species (El Origen de las Especies)
Hubo otro naturalista, contemporáneo de Darwin que llegó a las mismas conclusiones. Se llamaba Alfred Russell Wallace (1823-1913) pero la obra darwiniana era insuperable porque tras la misma había muchas horas de trabajo y dedicación. El mecanismo propuesto de la selección natural, no fue ampliamente aceptado hasta la década de 1940 y la mayoría de biólogos argumentaban que otros factores impulsaban la evolución como la herencia de caracteres adquiridos (neolamarquismo), un impulso innato hacia el cambio (ortogénesis) o grandes mutaciones repentinas (saltacionismo) pero las teorías de Darwin impulsaron grandes cambios y la síntesis de la selección natural unida a la genética mendeliana en las décadas de 1920 y 1930 fundaron la nueva disciplina de la ‘genética de poblaciones‘ que durante las décadas de 1930 y 1940 se integró con otros campos de la biología, resultando al final una teoría evolutiva ampliamente aplicable que comprende gran parte de la biología.
Pero Darwin no habló de la evolución humana hasta mucho tiempo después cuando se marcó otro objetivo: encontrar el origen del hombre basándose en sus teorías sobre la evolución. La genialidad de aquel sabio inglés fue intentar explicarlo con una gran cantidad de datos empíricos y enfrentándose abiertamente a los prejuicios religiosos y académicos que había en su tiempo. No fue una tarea fácil para él, pero tuvo el apoyo de grandes eruditos de su época, que pertenecían a la llamada ‘Sociedad lunar‘ fundada por su abuelo, el médico Erasmo Darwin que reunía a grandes pensadores de su época.
En su investigación recibió el aporte de John Stevens Henslow (un profesor de botánica) de William Paley, autor de la ‘Teología Natural‘ (escrita en 1802 y uno de los tratados clásicos de defensa de la adaptación biológica), de Sir John Herschel (un defensor de la comprensión de las leyes naturales por la observación), de Alexander von Humboldt, considerado como el «Padre de la Geografía Moderna Universal» y del gran naturalista francés Jean-Baptiste Lamarck (1744-1829) que en 1809 había publicado una obra titulada ‘Filosofía zoológica‘, que puede considerarse como la primera teoría de la evolución; sus pensamientos (conocidos actualmente como lamarckismo) exponían algunas hipótesis sobre la transformación gradual de las especies a lo largo del tiempo y para él, las formas de vida no habían sido creadas ni permanecían inmutables- como se pensaba en su tiempo- sino que habían evolucionado desde otras formas de vida más simples.
Wikipedia
Con todos estos datos Darwin publicó en 1871 un libro al que llamó ‘La descendencia del hombre‘ cuyo planteamiento central era muy sencillo: el ser humano habría evolucionado desde formas primitivas, del mismo modo que las restantes especies. El debate en torno a aquella obra llevó a la rápida aceptación de que la evolución era el origen del ser humano pero entonces llegaron otros científicos que quisieron ‘ir más allá‘ y empezó a pensarse en la existencia de una relación lineal directa entre la evolución humana y la del resto de los primates. El primero que planteó esta hipótesis fue Thomas Henry Huxley (1805-1895) que publicó en 1863 un libro titulado ‘Evidences as to Man’s place in Nature‘(Evidencias del lugar del hombre en la naturaleza), en el cual afirmaba que tras hacer un estudio de «anatomía comparada», el lugar del hombre estaba en estrecha relación con los grandes monos, particularmente los africanos y que el ser humano habría evolucionado a partir de un antepasado simiesco.
Esta es su famosa imagen en la que compara el esqueleto de los simios con el de los seres humanos
En esta famosa serie de esqueletos vemos a un gibón tras un orangután que anda detrás de un chimpancé, que a su vez anda detrás de un gorila. Este último anda detrás de un hombre; así el «mensaje» quedaba claro: el ser humano era un descendiente directo de los monos. Una teoría interesante pero que solo tenía una pega y es que las tres primeras figuras estaban «retocadas», de modo que los simios se presentaban en una posición anormalmente erguida.
Pero estas tesis convencieron a un notable naturalista y antropólogo alemán-además de destacado ilustrador- de la Universidad de Jena e integrante de un linaje de naturphilosophen en el que destacaban nombres tan ilustres como los de Johann Friedrich Meckel (1781-1833) y Karl Ernst von Baer (1792-1876). Se trata de Ernst Haeckel (1834-1919)
En sus reflexiones sobre la evolución, Haeckel aceptó la vieja idea de que existía una descendencia directa de la especie humana desde los monos superiores, tradicionalmente agrupados en la familia Pongidae a la que pertenecen las especies actuales de orangutanes, gorilas, chimpancés y bonobos y concluyó que deberían existir formas fósiles intermedias entre el hombre y alguno de los grandes cuadrumanos conocidos. Si el hombre había evolucionado de los primates tendría-forzosamente- que existir «algo» que uniera a los monos con el ser humano y que marcaría el momento divisorio en el que los monos pasaron a ser seres humanos, pero como esas formas fósiles no habían sido descubiertas en su tiempo, Haeckel ideó una forma teórica que cumpliera con esa función y fue lo que se llamó el «eslabón perdido» (en inglés, missing link o vínculo faltante) que denominó como Pithecanthropus (del griego pithecus, mono, y anthropos, hombre). Esta idea se difundió a finales del siglo XIX pensando que aquel «eslabón perdido«, sería un ser que uniría taxonómicamente ambas líneas evolutivas.
Los creacionistas (que negaban la evolución) también buscaron esa supuesta «brecha» en el registro fósil para encontrarlo, pero jamás se pusieron de acuerdo en el estudio de los cráneos encontrados sobre «cuales eran de mono» y cuáles «de humanos«. No obstante la noción de un ‘fósil de hombre-mono’ existió entre los científicos hasta bien entrado el siglo XX.
En la imagen anterior los cráneos de la fila superior son de ‘simios modernos‘, los de la 2ª fila los fósiles que casi todos los creacionistas consideraban como ‘simios puros‘, los de la 3ª fila los que los creacionistas no se ponían de acuerdo sobre si eran ‘simios‘ o ‘seres humanos‘ y finalmente los de la fila inferior son los que podían considerarse como ‘seres humanos‘. La tabla siguiente lo resume
El debate ha llegado hasta nuestros tiempos y siempre ha habido neodarvinistas. Incluso en la actualidad,el cientificista Richard Dawkins nos dice que no cree que la naturaleza de “saltos” y “brincos” y que los futuros descubrimientos de restos fósiles le daran la razón. Decía estas palabras en el año 2009: «hay una fuente rica de fósiles intermedios que unen a los humanos modernos con el antepasado común que compartimos con los chimpancés» pero en realidad, es la situación ha empeorado para él y sus fieles creyentes ya que es muy larga la historia de fraudes y engaños sobre ese ‘eslabón perdido‘
Aquel Pithecanthropus nunca fue descubierto tal y como lo concibió Haeckel pero lo que sí ha habido ha sido muchos personajes que lo han buscado con ahínco y que no vacilaron en mentir para probar sus teorías. Uno de ellos fue un médico holandés llamado Eugène Dubois (1858-1940)
Aquel hombre ( influenciado por Huxley) eligió a los gibones (familia de los hilobátidos) como los antepasados del hombre afirmando que el clima tropical de las islas de Indonesia donde vivían estos primates era un perfecto caldo de cultivo para el salto evolutivo del ser humano.Para demostrarlo se trasladó como médico militar a la isla de Java en Sumatra y allí intentó buscar su «eslabón perdido«. Lo encontró en 1891 con la parte superior de un cráneo fósil y un fémur de aspecto muy similar al de un humano actual y lo bautizó en 1894 como una nueva especie con el nombre de Pitecanthropus erectus (en griego «hombre mono erecto«) también llamado «Hombre de Java» u Homo erectus
Restos originales del Homo erectus descubiertos Dubois en Java
La mayoría de los antropólogos de su época, consideraron que aquel fémur era muy similar al humano y que la bóveda craneal y las muelas encontrados eran claramente simiescas, pero hubo algunos antropólogos como, Alfred Romer o Camille Arambourg que comenzaron a dudar de dicha asociación. Al final se descubrió que Dubois, había encontrado en las cercanías del lugar de su hallazgo y en la misma capa geológica, otros dos cráneos enteros, perfectamente humanos que ocultó cuidadosamente durante treinta años porque de haberlo confesado eso invalidaría su descubrimiento (ya que nunca un antepasado puede coexistir con su descendiente) y Dubois, al final, acorralado por sus críticos, terminó confesando que su “Hombre de Java” era en realidad los restos de un simio de gran tamaño.
Luego vino el engaño de Piltdown inventado por Charles Dawson, un arqueólogo aficionado, geólogo y coleccionista de fósiles para el Museo Británico. El 18 de diciembre de 1912, se publicó que se habían encontrado unos fragmentos óseos que guardaban similitudes con los seres humanos y con los simios y se denominó oficialmente a la nueva especie como Eoanthropus dawsoni siendo aceptada por la comunidad científica hasta que en 1953, el Museo de Historia Natural de Londres anunció que se trataba de un fraude. El Hombre de Piltdown en realidad consistía en dos cráneos humanos, una quijada de orangután, una muela de elefante, un diente de hipopótamo, y un colmillo de chimpancé.
O sea, que tenemos una larga historia de fraudes y es que en la descripción del género «homo» que hace la Wikipedia encontramos 17 especies hasta llegar al Homo sapiens pero a pesar de todo la imagen decimonónica del ‘eslabón perdido‘ subsiste en la actualidad y basta con investigar un poco en internet para encontrar miles de páginas con la referencia a supuestos “hallazgos” de los mismos. Por ejemplo, la revista Newsweek en una nota sobre el «Ardí» (un fósil hominido de 4,4 millones de años nos dijo el pasado año 2009 que : «los científicos cada vez más cerca de encontrar el eslabón perdido«.
Pero, visto lo visto, está confirmado que el ‘eslabón perdido’ es un mito. Recientemente el Instituto Smithsonian ha elaborado un árbol genealógico de la especie humana en el que puede apreciarse que existen cuatro grandes ramas de familias: el grupo Ardipithecus o Ardi, que configuran especies, que vivieron entre 4 y 6 millones de años atrás, evolucionaron en África y dieron los primeros pasos hacia el caminar derecho, el Australopithecus donde algunos ya caminaban derechos y subian a los árboles, el Paranthropus con dientes grandes y poderosas mandíbulas que tenían la capacidad de alimentarse de una variada gama de productos y arriba, en la copa de ese árbol los Homo, donde están el naledi, el habilis, el rudolfensis, el erectus, el heilderbergensis, el floresiensis, el neandernanthal, y el sapiens.
Como puede verse el ‘eslabón perdido‘ se basa en la teoría de que a lo largo de la evolución biológica tendrían que encontrase los vacíos de un continuum lo cual es un error porque la evolución biológica es el producto de una serie de cambios continuos (algunos de ellos tan drásticos que pueden provocar modificaciones importantes), por eso los cambios evolutivos en realidad serían los auténticos ‘eslabones‘ y cada generación al evolucionar es en realidad un eslabón perdido. Es como si se quemara tu casa y solo recuperaras un par de libros de tu estantería. El resto de tus libros serían entonces ‘eslabones perdidos‘
Al final, la realidad es que Darwin tenía razón cuando propuso aquello de que había un ‘árbol de la vida‘ compuesto por muchas ramificaciones.
Fuentes
«¿Rige aún el concepto de eslabón perdido?» Héctor M Pucciarelli y Marcelo F.Tejedor
«El Origen del Hombre de Charles Darwin: Análisis«. Marlene Sewer
Raúl Leguizamón. «Fósiles polémicos«. (Nueva Hispanidad, Buenos Aires 2002). «La ciencia contra la Fe» (Nueva Hispanidad, Buenos Aires 2001) y «En torno al origen de la vida» (Nueva Hispanidad, Buenos Aires 2001)