El veneno ha sido un elemento muy utilizado en la historia. Sea en comidas, bebidas, inyectado o de otras mil formas distintas su uso siempre ha representado una forma eficaz y discreta para «silenciar a personajes incómodos». Al principio en la Edad Antigua, era usado sólo como «herramienta de caza» para acelerar la muerte de las presas, pero en el Imperio romano, ya fue usado para asesinar a oponentes políticos y económicos. En la Edad Media alcanzó gran popularidad pero su elaboración empezó a ser «un arte» con aquellos célebres envenenadores llamado «los Borgia» y su obra más notable. Aquella toxina elaborada con una gran dosis de macabra imaginación llamada «cantarella» con la que durante la década de 1480, Rodrigo Borgia y sus conspiradores envenenaron al Dogo de la Serenísima República de Venecia, Giovanni Mocenigo y en 1503, al actor Pietro Rossi, por orden de César Borgia, ya que era amante de su hermana, Lucrecia,

La «cantarella» usada en Italia durante el Renacimiento debe su origen al hecho de que los árabes ya habían logrado elaborar un «arsénico inodoro y transparente» (para hacer los asesinatos más difíciles de detectar) pero a los Borgia se les ocurrió la idea de mezclar aquel arsénico con las tripas de un cerdo. Tras la muerte del animal, colocaban las tripas en una vasija y le añadían el arsénico; la mezcla la dejaba pudrir durante treinta días de reposo y de aquella putrefacción se obtenía una masa pestilente que después era completamente escurrida. El líquido resultante obtenido se dejaba cristalizar y se pulverizaban hasta conseguir una especie de fina arena similar al azúcar. La supervivencia de un envenenado por «cantarella» no iba más allá de las veinticuatro horas y su muerte se producía después de atroces tormentos.

También tenemos otro agente tóxico letal llamado «aconitina,» que empezó primero como una medicina tradicional para luego convertirse en un «veneno judicial» muy usado en la Edad Media en el siglo XV por el llamado “Consejo de los Diez” de Venecia, que incluso disponía de un «baremo de precios» para el envenenamiento de los ciudadanos “indeseables”. Esta toxina también fue usada por Grigori Mairanovski, también conocido como el «Profesor veneno«, un bioquímico soviético que dirigió el Laboratorio 1 del NKDV un centro destinado al desarrollo de «venenos letales» entre 1938 hasta 1946. El sueño de Mairanovski era el encontrar un veneno capaz de «matar a una persona sin dejar rastro alguno»

Pero como «los tiempos cambian«, los métodos para librarse del prójimo también avanzaron. Lo que os cuento a continuación no es algo de sacado «de una película de James Bond» sino que es algo muy real y sofisticado, citado en aquel episodio de la serie «Breaking Bad» cuando Heisenberg le cuenta a su compañero Jesse Pinkman la historia de uno de los más famosos asesinatos de la historia del espionaje. Aquel denominado como «el caso del paraguas asesino»

Se trata del asesinato en 1969, del disidente búlgaro Georgi Markov. Un ingeniero químico y escritor que había desertado de la Bulgaria comunista de Todor Zhivkov, mudándose a Occidente, y que terminó trabajando como periodista de la BBC.

El gobierno búlgaro decidió deshacerse de él, con la ayuda a la KGB soviética y el 7 de septiembre de 1978 en la parada de autobús del Puente de Waterloo, que cruza el río Támesis, un curioso personaje le golpeó accidentalmente en una pierna a Markov con la punta de su paraguas. Después del pinchazo, Markov sintió una sensación de ardor y dolor y en el sitio donde le habían pinchado le salió un pequeño grano rojo; luego desarrolló una fiebre alta y murió tres días más tarde, el 11 de septiembre de 1978, a la edad de 49 años. La detallada auptosia al cuerpo de aquel escritor reveló que la causa de su muerte fue un envenenamiento con uno de los venenos más potentes del mundo: la «ricina» (ricinus communis).

El sistema utilizado habla sido un pequeño balín disparado a su pantorrilla con con la punta de aquel paraguas. Aquel balín contenía una esfera metálica de 1,52 mm de diámetro (tamaño de la cabeza de un alfiler) en donde había una cavidad que contenía una burbuja con un gel diseñado para fundirse a 37° centígrados (temperatura del cuerpo humano). Dentro de aquel gel se encontraba la «ricina», que al liberarse en el torrente sanguíneo de la víctima acabó con su vida.

Porque con las «semillas de ricina»se prepara un veneno mortal que mata a «pequeñas dosis» y que es muy fácil de pasar por alto en una auptosia.

La «ricina» se obtiene a partir de los sobrantes del procesamiento de las semillas de la planta llamada «ricino» (con las que se hace el «aceite de ricino») y puede presentarse en forma de talco, vapor o grano con lo que puede disolverse en agua. Su toxicidad deriva de que al entra en las células de la persona envenenada evita «que se produzcan proteínas en las mismas». Al carecer de las mismas las células mueren y todo el organismo se colapsa

Los efectos del envenenamiento dependen de «la forma de administración«. Cuando la ricina es inhalada, los síntomas aparecen a las ocho horas siguientes y el afectado empezará a toser, notando una sensación de opresión en el pecho, dificultad para respirar, náuseas y dolor muscular. Pocas horas después, sus pulmones se inflamarán severamente con sensación de calor, y se acumulará un exceso de líquido en los pulmones, haciendo que el afectado tenga dificultad para respirar. Luego su piel se irá tornando de un color azul y de ahí a pasará la muerte.

Si la «ricina» es ingerida el afectado tendrá los primeros síntomas a las seis horas, sufriendo una hemorragia interna; su estómago e intestinos le causarán vómitos y diarreas de sangre y al final su hígado, riñones y bazo dejarán de funcionar con lo que también terminará falleciendo.

Si la «ricina» se administra por inyección, bastarán sólo 500 microgramos de esta sustancia para causar la muerte ( caso Markov). La inyección causará la muerte de los músculos y los nódulos linfáticos que se encuentren alrededor del sitio donde fue inyectada. Al igual que en el anterior caso, el hígado, los riñones y el bazo de la víctima dejarán de funcionar y se iniciará una hemorragia masiva en su estómago e intestinos. El afectado morirá por «fallo múltiple» de todos sus órganos.

Lo mismo pasa si la «ricina» es inhalada y esta fue la forma como los terroristas la distribuyeron en numerosas cartas dirigidas a la «Casa Blanca» y al Capitolio de los Estados Unidos en la última década. En caso de que alguna de estas misivas hubiera llegado a su destino habrían bastado apenas 500 microgramos de esta sustancia para matar a cualquiera que la inhalase.

Pero como es lógico, los envenenamientos usados por los servicios secretos se han ido sofisticando y los métodos más modernos y sofisticados de son aquellos en los que se usan «sustancias radioactivas«. Recordemos la última voluntad de la Autoridad Nacional Palestina de exhumación del cuerpo de Yasser Arafat llevada a cabo el 27 de noviembre de 2012 para investigar si fue asesinado. Al parecer, entre sus vestimentas los palestinos habían encontrado altos niveles de «polonio 210«. Un agente tóxico que se hizo popular con la muerte del espía ruso Aleksandr Litvinenko, un teniente coronel de la KGB que término convirtiéndose en uno de los máximos opositores de Vladimir Putin. Se había exilado desde Rusia y había pedido asilo político al Reino Unido. En Noviembre de 2006, tras tomar una taza de té, aquel antiguo militar «sentenció su final» porque aquella taza estaba contaminada con apenas unos miligramos de esta sustancia radiactiva que al contacto con su cuerpo le provocó, vómitos, diarreas y perdida del cabello, en una primera fase, pero que a continuación provocó que su hígado y riñones dejaran de funcionar. Su metabolismo se paralizó por aquella sustancia que le provocó «un fallo multiorgánico» terminando con su vida apenas veintitrés días después.

El isótopo de este radionúclido ha sido una sustancia muy recurrente utilizada en los servicios de espionaje durante los últimos años y aunque se presenta de forma natural en pequeñas trazas en el agua, el suelo y la atmósfera, cuando se acumula –por ingestión o inhalación– en distintas partes del cuerpo (hígado, bazo, riñones y médula) puede originar daños celulares y ocasionar la muerte, pero no se trata del único elemento radioactivo de «importante poder letal» utilizado en el mundo del espionaje. Actualmente se conocen alrededor de 4.000 isótopos, muchos de ellos mortales para el ser humano y de efectos muy disimulados . De acuerdo a su actividad específica, los más peligrosos son: Iodo 131, cesio 137, plutonio 239 y uranio 235 (ver Tabla siguiente)

Se comprueba que, en contra de la percepción popular, la radiactividad del 235U y del 239Pu es insignificante comparada con el I-131 o con el Cs- 137 pero la conclusión es la misma si nos referimos al «riesgo radiológico», aunque los valores numéricos serán otros que dependerán de las condiciones de exposición (ingestión, inhalación, exposición externa, etc.). Mayor riesgo presentan algunos descendientes del U-238, particularmente el radio 226 y radón 222. También tenemos el estroncio 90 capaz de contaminar cualquier líquido y provocar enfermedades ósea como la «osteomielitis» que provoca una infección ósea con producción de material inflamatorio dentro del mismo hueso y la destrucción del mismo y por supuesto «un cáncer terminal» y el «radón 86» que permite intoxicar a cualquier enemigo a través de las vías respiratorias provocando un «cáncer de pulmón» sin dejar mayor rastro a su paso.

A principios del siglo XVI, cuando los efectos de la radiactividad no se conocían y la existencia de los átomos era una pura especulación filosófica, Georg Bauer, más conocido por su nombre latino «Agrícola«, trabajaba como médico en una mina de plata que contenía uranio y se dio cuenta de la existencia entre los obreros de una enfermedad mortal a la que llamó «Bergsucht«. En su tratado «De re me tallica» nos describe como para evitarlo hizo instalar un sistema de ventilación, animando a las mujeres de los mineros a hacer «filtros respiratorios» para sus maridos. Hoy sabemos que aquella enfermedad era simplemente «cáncer de pulmón» que estaba asociado a las altas concentraciones de «radón» producidas en aquellas minas subterráneas. Todos estos conocimientos han sido aprovechados por los «servicios secretos» para matar a las personas de una forma sutil y efectiva. En definitiva, los «isótopos radiactivos» pueden acabar con los personajes molestos haciendo que su muerte «parezca un accidente».

Y es que «hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad»

Fuentes:

Historia del veneno

Georgi Markov

aconitina