Hace poco leía la noticia de que un prestigioso climatólogo, miembro del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, expresaba su preocupación por el desarrollo de armas climáticas del Gobierno de los Estados Unidos.
No andaba muy descaminado porque de todas las actividades humanas, la guerra es una de las más intensas y el hecho de que las batallas se hagan al aire libre provoca que el tiempo tenga una influencia notable en su desarrollo. Las circunstancias meteorológicas han influido en multitud de contiendas a lo largo de la historia, y son muchas las batallas en las que el verdadero vencedor ha sido «el tiempo«. Veamos algunos de los «generales atmosféricos» que consiguieron «dar la vuelta» a los resultados de algunas batallas.
Desierto y calor
El aire en movimiento en los desiertos es capaz de elevar grandes cantidades de arena y transportarla a otros lugares. Las partículas finas quedan en suspensión, mientras que las más pesadas son transportadas como carga de fondo. EI movimiento de los granos de arena empieza cuando el viento alcanza una velocidad suficiente para superar la inercia de las partículas en reposo. Al principio, la arena gira a lo largo de la superficie y cuando un grano de arena en movimiento golpea otro grano, uno o los dos pueden saltar en el aire. Una vez en el aire, los granos son transportados hacia delante por el viento hasta que la gravedad los arrastra de nuevo hacia la superficie. Cuando la arena golpea la superficie, o bien rebota de nuevo al aire o bien desaloja otros granos, que la hacen saltar hacia arriba. De esta manera, se establece una reacción en cadena, que llena el aire cercano a la superficie de granos en movimiento en un tiempo muy corto y aunque la carga suspendida suele depositarse relativamente cerca de su origen, los vientos altos la pueden transportar a grandes distancias. En la imagen siguiente vemos como una nube de polvo el 21 de mayo de 1937 ennegreció el cielo cerca de Elkhart, Kansas (Foto Biblioteca del Congreso.)
Para dar idea de la fuerza que puede tener una tormenta de arena se han seguido las pistas del movimiento del polvo de algunas tormentas del Sahara y en la siguiente imagen de satélite puede verse como gruesos penachos de polvo sahariano se desplazaban en dirección noroeste sobre las islas Canarias el 12 de marzo de 2003. Los satélites nos muestran que las tormentas de polvo pueden cubrir áreas enormes y que la arena del desierto puede ser transportada a grandes distancias.
Este «mariscal de arena » fue el que en el año 530 a.C se tragó al ejército entero de un rey persa llamado Cambises, que había decidió invadir Egipto con una expedición militar de 50.000 soldados hacia el Oráculo de Amón, en el oasis de Siwa. El historiador griego Herodoto, nos contó, como todo aquel ejército fue engullido por una tormenta de arena desapareciendo sin dejar rastro.
Y no fue el único ejército vencido por el desierto. Un caso paradigmático fue la debacle de Hattin del verano de 1187 del rey de Jerusalén Guy de Lusignan
Cuando este rey se enteró de que el sultán Saladino Ayyubid había cruzado el río Jordán, reunió un poderoso ejército de 20.000 hombres y en la mañana del 3 de julio de aquel año abandonó las verdes tierras de Seforia y se adentró en el desierto. Pronto los hombres y los caballos empezaron a sufrir terriblemente de sed, y huyeron rápidamente antes de ser capturados. El resultado: una terrible derrota.
Aquel rey de Jerusalén no sabia que cuando tenemos menos de un 1% de agua en el organismo estamos en el “umbral de la sed” y que alrededor de un 4% ya hay una caída drástica del rendimiento físico del ser humano y aparecen calambres en los músculos. Cuando se supera el 9 % la muerte esta cercana y eso ningún ejército por poderoso que sea puede superarlo.
El Frío
Un ejército no preparado para el frío también perderán a sus hombres. El frío comienza por un proceso de vasoconstricción periférica que da lugar al proceso de congelamiento, con daño celular, necrosis y muerte. Así es como «el general invierno» ha destruido a muchos ejércitos.
Recordemos cuando en 1812, el emperador Napoleón, siendo el amo de Europa. Alemania, Austria, Italia y de media de docena de otros países decidió reunir a una fuerza de 600.000 hombres y marchar sobre Moscú. Vencidos por el frío ruso, aquellos soldados franceses trataron de retroceder pero ya era demasiado tarde y sometidos a aquellas bajas temperaturas más de 500.000 perecieron. Fue lo mismo que le pasó a Hitler en 1941 cuando olvidando lo que le había ocurrido a Napoleón decidió entrar en la Unión Soviética y millones de sus hombres también volvieron a perecer a consecuencia del crudo invierno ruso.
Pero el frío tiene también otras curiosas maneras de vencer a los ejércitos. A veces es el «exceso de equipamiento« de los mismos el que se alía con el general invierno para derrotarlos y eso fue lo que le pasó el 5 de abril de 1242 a la rama Livona de los Caballeros Teutónicos cuando decidieron invadir Rusia y en la región de Novgorod, celebraron la llamada Batalla del Lago Peipus (también fue conocida como «la Batalla del Hielo«) contra esa República de Nóvgorod y en la que sufrieron una importante derrota.
La causa fue tan sencilla como la de luchar encima de un lago congelado ya que después de unas horas de lucha,el hielo cedió bajo los pies de los caballeros debido al peso de sus armaduras. La jacerina o cota de malla, era usada por los caballeros desde el siglo XI y estaba formada por una base de cuero reforzado con discos metálicos, pero era «la primera pieza» que debía colocarse un caballero en la Edad Media; luego estaban la capucha o almófar colocada debajo del yelmo, el gorjal, la coraza o peto y los guardabarros y en la zona de las piernas otras protecciones metálicas sujetadas por correas, ganchos tuercas y clavos. Al finalizar de montar toda la armadura, el peso de un cruzado aumentaba en unos 30 ó 40 Kg., e incluso más…¿Y qué carga puede soportar el hielo sin quebrarse? Pues eso depende- claro está- del espesor del hielo, pero una capa del mismo solo puede resistir el peso de una persona si tiene un espesor entre 10 y 12 cm. Naturalmente si sobre la superficie de un lago helado se encuentra un cruzado con 150 kg entre peso propio y armadura se hundirá. Claro está que aquellos hombres no sabían nada de leyes físicas.
Tormentas marinas
Un tifón tropical es una cosa muy seria. Cuando la atmósfera por determinadas causas va acumulando energía, en algunos casos, la misma supera con holgura a la potencia de una o varias bombas atómicas, Cabe destacar que su violencia queda reflejada por los daños que provoca y se calcula que hay vientos que alcanza los casi 500 kph.
La historia de la invasión del Imperio Mongol a Japón liderada por Kublai Khan en el siglo XIII es el mejor ejemplo de un combate hombre-naturaleza. La primer invasión mongol a Japón tuvo lugar en el año 1274, y para la misma los mongoles emplearon más de 300 navíos de gran porte y alrededor de 450 barcos y botes de soporte con suministros para desembarcar en la bahía de Hakata pero una gigantesca tormenta destruyó aquella armada muriendo mas de veinte mil guerreros mongoles, chinos y coreanos. La segunda invasión tuvo lugar durante en la primavera del año 1281, esta vez con una flota de casi 1.000 naves y casi 40.000 soldados y otro tifón (ya es casualidad) arremetió contra la flota del Khan hundiendo la mayoría de sus barcos. Los japoneses de hoy recuerdan aquellos dos tifones que evitaron la invasión de Kublai Khan en el siglo XIII con el nombre de kamikaze o viento divino.
Kublai Khany se embarcó en aquella aventura usando barcazas más propias de aguas fluviales que de mar abierto. Lo pagó bien caro.
Borrascas atlánticas
La llegada de las borrascas atlánticas da lugar a veces a extraordinarios temporales marítimos y en el siglo XVI Europa estuvo inmersa en una Pequeña Edad de Hielo con un tiempo marítimo muy agitado. El 15 de septiembre de 1571, una impresionante flota de casi quinientas naves, capitaneadas por don Juan de Austria —hermano del monarca español, Felipe II—, partió del puerto de Mesina, al sur de Italia, con el objetivo de localizar la escuadra turca al mando de Alí Pachá
El 7 de octubre de aquel año ambas escuadras se encontraron, frente a frente, en el golfo de Lepanto. Sin duda fue un hecho providencial el salto del viento de Levante a Poniente tal vez por un debilitamiento de las altas presiones que dominaban en los Balcanes o por la proximidad de un frente frío. Probablemente la batalla se produjo en un collado barométrico o en una zona intermedia entre circulación anticiclónica y ciclónica y rolaría al Noroeste, con advección fría sobre el mar caliente, lo que crearía una situación de inestabilidad con tormentas con un repentino cambio de los viento, de levante a poniente. Esto jugó en contra de los turcos y a favor de la flota cristiana. Las cifras hablan por sí mismas: se consiguió destruir una flota de 205 galeras turcas , causar 30.000 bajas, capturar a 8.000 prisioneros, liberándose a 12.000 esclavos. Así fue como, alejada la nítida amenaza que los turcos, hacían en confabulación con los moriscos españoles, se pudo asestar un zarpazo al poder otomano, pero ayudó mucho la meteorología porque las galeazas cristianas eran un tipo de bajel a remo, similar a la galera clásica -solo que su función era la de batería flotante – y las de Lepanto contaban con 70 cañones con poca maniobrabilidad que poco podían hacer contra las ágiles galeras turcas si el viento «no hubiera prestado una ayudita«.
«No envié a mis naves a luchas contra los elementos» es una frase que el rey Felipe II pronunció en agosto de 1588 después de enterarse de que su «grande y felicísima armada» (Armada Invencible) al mando del Duque de Medasidonia había regresado derrotada con 100 naves y 20.000 hombres menos
Parece ser que la causa de aquella destrucción fue una violenta advección polar que cerró una serie de borrascas, situación que hoy día no es nada excepcional. Tal vez si en tiempos de Felipe II se hubiera conocido mejor lo que hoy se llama «frente polar«, Inglaterra podría haber sido una colonia de España.

Otro caso de «ayuda meteorológica» ocurrió el 21 de octubre de 1805, cuando la Armada inglesa, al mando del almirante Nelson, infligió un duro correctivo a la formada por españoles y franceses en la batalla de Trafalgal. Según puede deducirse de algunos documentos de la época, en aquellas fechas se sufrió el azote de una excepcional borrasca, que pudo ser de carácterísticas similares a una tormenta tropical. Está muy bien documentado en un estupendo trabajo de Dennis Wheeler titulado «El tiempo durante la batalla de Trafalgar» que se incluye en las referencias finales
Tornados


En la II Guerra Mundial y antes de la Batalla de Normandía el General Eisenhower se hacía acompañar siempre de un grupo de meteorólogos para asegurarse del éxito de aquel desembarco anfibio, ya que se necesitaba un cielo despejados para facilitar la navegación e incrementar la precisión del armamento y aquel pequeño pero altamente equipado equipo de meteorólogos se estableció en el Cuartel General de las Fuerzas Aliadas, cerca de Portsmouth, para informar sobre las novedades meteorológicas. El día original para el desembarco se había fijado para el 5 de junio de 1944, pero las malas condiciones climáticas y marítimas hicieron que el comandante supremo de los aliados Dwight D. Eisenhower la aplazara hasta el 6 de junio, dándoles más tiempo para ensayar sus movimientos. Debido a ello esta última fecha se conoce popularmente como el pequeño día D (en francés JourJ) fecha que ha quedado en la historia

Como podemos ver en el campo de batalla, los soldados, las armas y la estra- tegia no son los únicos factores que inclinan la balanza de la victoria y la derrota hacia uno u otro lado. Las circunstancias meteorológicas han influido en multitud de contiendas a lo largo de la historia.
MUY INTERESANTE
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