El veneno ha matado a muchas personas a lo largo de la historia pero siempre tuvo un uso selectivo entre los hombres usándose solamente para “silenciar a personajes incómodos”. Sin embargo a partir de la Segunda Guerra Mundial y por primera vez en la historia, el ser humano «empezó a envenenarse a sí mismo«.
Las grandes epidemias ya nos vienen citadas desde la más remota antigüedad. La malaria fue descrita en escritos médicos chinos del 2700 A.C. y en el Egipto del 1500 A.C. el «Papiro Ebers«, también nos dio una descripción razonable de lo que parecía ser una epidemia de paludismo. La historia luego nos ha relatado otras epidemias como aquella de malaria del año 452 D.C. que obligó a Atila a retirarse después de conquistar Roma, o aquella otra de mediados del siglo XIV, entre los años 1346 y 1347 conocida como la «muerte negra«, un brote de peste que mató a casi un tercio de la población europea. Más recientemente otra epidemia de fiebre amarilla derrotó los esfuerzos franceses para construir el Canal de Panamá en la década de 1880 porque incapacitó a muchos trabajadores y causó al menos 20.000 muertos.
La humanidad siempre había tenido claro que la basura, la suciedad y el hacinamiento eran los causantes de aquellas enfermedades, pero hasta finales del siglo XIX no se empezó a conocer que las mismas eran transmitidas por insectos. En 1889 un microbiólogo estadounidense llamado Theobald Smith descubrió que el parásito de la llamada «fiebre de Texas» (Babesia bigemina) era transmitido por una garrapata. En 1895 David Bruce (1855-1931) otro médico australiano que estudiaba en Sudáfrica descubrió que una enfermedad del ganado llamada nagana (causante de la enfermedad del sueño en los humanos) se transmitía de los animales al hombre por la Glossina morsitans o «mosca tsé-tsé» y en 1898 otro médico colonial francés llamado Paul-Louis Simond (1858-1947) comprobó que el vector transmisor de la peste era la pulga (Xenopsylla cheopis) con un experimento que hizo con ratas durante una epidemia en Bombay (India).
El avance de la medicina ya era imparable y se abrieron las puertas a la asociación entre insectos y epidemias. Los médicos ingleses Patrick Manson y Ronald Ross (el segundo premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1902) mostraron con sus trabajos la evidencia del papel de los artrópodos en la transmisión de las enfermedades y en 1904, los investigadores ya establecieron que la fiebre amarilla y la malaria eran transmitidas por los mosquitos del género Aedes (para la fiebre amarilla) y la hembra del mosquito Anopheles ( para la malaria)
Fuente: The Mosquito: Its Relation to Disease and Its Extermination. From the holdings of Francis A. Countway Library of Medicine—Harvard Medical School.
Conocido el hecho de que los insectos eran un vector transmisor de enfermedades epidémicas se empezó a trabajar en la forma de eliminarlos, pero los insecticidas disponibles a principio del siglo XX eran unos derivados del arsénico que resultaban poco eficaces, y además eran caros y venenosos para las personas y los animales, así es que el reto era encontrar un compuesto que pudiera eliminarlos de forma masiva, barata, eficaz y que además fuese «seguro» para el hombre y la naturaleza.
En ese reto de buscar las sustancias mas eficaces para matar a los insectos se empezó probando con los derivados del fósforo orgánico.El químico alemán Gerard Schrader descubrió sus propiedades insecticidas pero el gobierno alemán prefirió considerar aquellos descubrimientos como potenciales armas químicas de guerra . La panacea absoluta se llegó con el descubrimiento del grupo de los «hidrocarburos clorados» que dieron origen al insecticida más famoso de todos los tiempos: el DDT, un acrónimo de la fórmula Dicloro Difenil Tricloroetano (ClC6H4)2CH(CCl3)
Aquel producto resultó ser aquel «insecticida mágico» que el hombre venia buscado desde hacía mucho tiempo. Se trataba de un producto barato, eficaz y que además no afectaba al hombre, a los animales y a las plantas (eso es lo que se creía al principio). También tenía otra ventajas y era que podía sintetizarse a partir de sustancias de bajo coste y que tenía una gran duración, ya que una aplicación podía permanecer en las superficies mas de 6 meses. Resultó ser tremendamente efectivo contra los insectos dañinos transmisores de la malaria, la enfermedad del sueño, el tifus exentemático, las fiebres petequiales, etc. Su modo de funcionamiento es por contacto ya que penetra en la superficie cutánea del insecto y una vez dentro de su organismo actua como un «disruptor endocrino» que abre los canales de iones de sodio en sus neuronas y provoca que las mismas se inflamen con lo que el sistema nervioso del bicho se altera y al poco tiempo el insecto empieza a tener espasmos, calambres y contracciones, muriendo finalmente por parálisis.
La historia de DDT comienza a finales del siglo XIX con un químico austríaco llamado Othmar Zeidler (1850-1911) que estaba haciendo una tesis de doctorado de química en la Universidad de Estrasburgo bajo la supervisión de Johann Friedrich Wilhelm Adolf Von Baeyer un gran químico alemán precursor de la nueva ciencia de la química orgánica y galardonado con el premio Nobel de Química del año 1905 por sus trabajos con colorantes químicos. La tesis doctoral de Zeidler era una memoria científica publicada en 1874 con el título de: «mit UberVerbindungen von cloral Brom und Chlorbenzol» en la que describía por primera vez la síntesis del DDT.
Aquel trabajo no tenía más propósito que el de realizar una simple investigación sobre la síntesis orgánica los llamados «hidrocarburos clorados» y aunque en los tiempos de la realización de aquella tesis, Zeidler había notado que había moscas muertas en sus vasos de trabajo no estableció la utilidad del DDT como elemento insecticida, ni su increíble capacidad para matar insectos.
El descubrimiento de los efectos insecticidas del DDT se lo debemos a Paul Hermann Müller (1899-1965) que en 1925 comenzó a trabajar como directivo de la firma Geigy en Basilea, Suiza, y que dedicó cuatro años de investigación a buscar el mejor producto para matar insectos. En septiembre de 1949 finalmente lo encontró en aquella sustancia sintetizada en 1874 por Othmar Zeidler comprobando que mataba rápidamente a moscas,pulgones, mosquitos, bastones y escarabajos de la patata con seguridad y eficacia (eso se pensaba). Por aquel descubrimiento fue galardonado con el Premio Nobel de medicina en 1948.
Estados Unidos empezó a fabricar el DDT en grandes cantidades y lo utilizó ampliamente para combatir a los mosquitos en los finales de la Segunda Guerra Mundial y para controlar la malaria y el tifus entre los civiles y los soldados. El sistema más habitual era la fumigación aérea y en la siguiente foto extraída de una revista de 1947 podemos ver como un avión arroja DDT sobre el centro de Atenas en una campaña contra el cólera
Su uso intensivo se extendió por todo el mundo y la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos llegó a afirmar que este insecticida había evitado 500 millones de muertes y que la humanidad tenía una gran deuda con el mismo. No le faltaba razón porque el DDT consiguió erradicar la malaria en Estados Unidos y en 1956, la OMS lo propuso para una campaña mundial para la erradicación del paludismo.
Visto el éxito de los compuestos organoclorados para matar a los insectos el químico norteamericano Julius Hyman sacó después otros tres productos llamados clordano, dieldrín y aldrín que fueron explotados por la compañía química Shell en las décadas de 1950 y 1960.
Fuente de la imagen: http://desinsectador.com/2014/01/11/un-poco-de-historia-sobre-el-dieldrin-y-el-aldrin/
Del DDT se estima que se han producido a nivel mundial y desde la década de 1940 más de 1,8 millones de toneladas, alcanzando su punto máximo de uso en 1959 cuando se emplearon alrededor de 36.000 toneladas. Pero cuando pasaron apenas dos décadas se descubrió que todos aquellos compuestos-pese sus grandes aportaciones a la salud humana- resultaron ser los primeros venenos que la humanidad había creado para «envenenarse a sí misma«.
Todo empezó cuando tras el uso de aquellos maravillosos productos, empezaron a reportarse evidencias de muertes de animales salvajes (especialmente aves de presa). Alrededor de 1970 se detectaron sus compuestos en la grasa de algunos mamíferos marinos del Ártico, y todo ello a miles de kilómetros de la fuente de origen de su uso ¿Qué había pasado? Pues que aquellos insecticidas, aparentemente tan seguros para animales y plantas, tenían equivocados sus estudios de seguridad.
El problema de los compuestos organoclorados es la gran estabilidad de su composición. Se llama «vida media«de un compuesto químico en un medio determinado al tiempo que tarda la mitad del mismo en degradarse. Los insecticida «orgánicos» están elaborados sobre la base de átomos de carbono que son los cimientos indispensables del mundo viviente y aunque su «vida media» en el aire es de sólo unos pocos días (porque la luz del sol los descompone) en un suelo orgánico pueden llegar a tener una «vida media» de hasta 15 años y sus residuos permanecen en la mayoría de los sistemas fluviales y corrientes subterráneas. Esto provoca dos efectos: la Bioacumulacion y la Biomagnificacion
La Bioacumulación ocurre cuando una sustancia química empieza a acumularse en un organismo vivo y permanece en el mismo sin eliminarse por sus vías metabólicas. Los insecticidas orgánicos se van catabolizando lentamente en el suelo durante mucho tiempo y al final terminan pasando a muchos pequeños organismos que forman parte de la cadena alimenticia. Cuando un organismo más grande consume a estos organismos pequeños, cada vez que los come, aumenta la concentración de ese insecticida orgánico en su cuerpo, porque su organismo no lo elimina, sino quelo almacena en los órganos ricos en sustancias grasas como las cápsulas suprarrenales, los testiculos o la glándula tiroides. Así es como el DDT y sus hermanos fueron llegando poco a poco a los peces, reptiles y animales salvajes y domésticos a través de los eslabones de la cadena alimentaria y fueron bioacomulandose en los mismos
El problema fue puesto en evidencia en 1962 por Rachel Carson en su libro «Primavera silenciosa» (Silent Spring) en donde denunciaba los efectos perjudiciales de estos plaguicidas sintéticos y sus consecuencias para el medio ambiente. Aquella escritora en 1958 había recibido una carta de una observadora de aves de Massachussetts llamada Olga Hutchins, en la que le informaba que las fumigaciones con DDT estaban produciendo la muerte de numerosas aves y también tuvo conocimiento de un trabajo que en 1956 había publicado J.B. DeWitt en el Journal of Agricultural and Food Chemistry titulado «Chronic toxicity to quail and pheasants of some chlorinated insecticides» donde se relataban los efectos de la exposición al DDT, en codornices y faisanes y que afectaba a su reproducción. Antes de publicar el libro su trabajo apareció en tres artículos de la revista The New Yorker que fueron leídos por John F. Kennedy que decidió crear una comisión para estudiar el problema.
Luego siguieron llegando otras «señales de alerta». El DDT en Malasia, mató a las avispas que se comían las polillas y estas desarrollaron resistencia .En Bolivia murieron los gatos que controlaban a las poblaciones de roedores y se produjo un brote de fiebre hemorrágica. En Brasil se detectó una gran acumulación de DDT en huevos de gallina y ya por todo el mundo empezaron a sonar las voces de alarma. El veneno de los insecticidas recorre todos los eslabones de la cadena alimentaria. Va de los campos a la comida de las gallinas que lo transmiten a los huevos; de las vacas que lo pasan a la leche y a la mantequilla y así, poco a poco este veneno de los insecticidas orgánicos se va multiplicando y los seres humanos terminan transmitiéndolo a a sus descendientes
El Congreso de EEUU puso límites al uso del DDT en 1972 y el mismo fue también prohibido por muchos otros países en la década de 1970. También en USA se prohibió en 1974 el uso del dieldrín y del aldrín para usos agrícolas y en España, la Orden de 4 de febrero de 1994 del Ministerio de Sanidad y Consumo también prohibió la importación, comercialización y utilización de plaguicidas, sin embargo aún sigue utilizándose de forma generalizada en África y Asia y desde su prohibición casi 3.314 toneladas han sido producidas para el control de la malaria y la leishmaniasis visceral. China dejó de producirlo en el año 2007 pero la India aún lo sigue fabricando.
En los seres humanos, la vida media del DDT es 6.3 años y el valor de riesgo de toxicidad crónica, para una persona de 70 Kg de peso es de 34 micro gramos. No me extenderé mucho sobre los efectos de estos insecticidas en el ser humano y voy a a poneros un enlace para el que quiera ampliar la informacion. El clordano es parecido al DDT pero mucho mas peligroso (porque es mas volátil y el riesgo de envenenamiento por inhalación es mayor), el dieldrín es alrededor de cinco veces más tóxico que el DDT (y 40 veces mayor si se absorbe por la piel) y el aldrín es 15 veces mas dañino que el DDT para los mamíferos, 30 veces mayor para los peces y 300 para algunos pájaros ( una cantidad del tamaño de una tableta de aspirina puede matar a 400 codornices).
No se si será demasiado tarde. Aunque las muertes por veneno han sido una constante en toda la historia de la humanidad, este último logro de que el ser humano sea capaz de «envenenarse a sí mismo» me hace recordar aquella frase de Victor Hugo que decía: “Primero, fue necesario civilizar al hombre en su relación con el hombre. Ahora, es necesario civilizar al hombre en su relación con la naturaleza y los animales”
Fuentes:
Laura Olenick, «The cautionary tale of DDT. Biomagnification, bioaccumulation and research motivation»
C.E. Machado-Allison. «Historia de la Entomología Médica»
H. H. Mollaret . «La découverte par Paul-Louis SIMOND du rôle de la puce dans la transmission de la peste«
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