
En la ciencia lo divertido es obtener los datos: los paleontólogos viajan a países exóticos para excavar, los biólogos recorren las selvas para recolectar especies tropicales y los astrónomos viven de noche y escudriñan el cielo. Para situarse en esta historia es necesario entender cómo era el Universo en los finales del siglo XIX y principios del XX. En aquellos tiempos nadie había oído hablar jamás del Big Bang, de los exoplanetas, de las enanas blancas, las estrellas de neutrones, los agujeros negros, los cuásares, ni nada remotamente parecido; el universo era un plácido lugar repleto de estrellas y los astrónomos solo se limitaban a catalogar los puntos luminosos que las representaban pero sin saber la distancia a la que estaban las mismas.

Aunque la recolección de datos tiene su mérito, una vez obtenidos los mismos hay que clasificarlos, organizarlos y estudiarlos para entender lo que significan y ahí es donde se acaba la diversión y empieza el trabajo tedioso. Se habían descubierto miles de nebulosas en el cielo pero aquellas observaciones no permitían saber lo que eran aquellos objetos difusos ya que se desconocía un dato crucial : la distancia a la que estaban. Esa distancia fue finalmente obtenida en 1925 por Edwin Hubble y todo gracias al trabajo de una mujer que podemos considerar como la madre de la cosmología moderna: Henrietta Leavitt una mujer que cambió el curso de la astronomía porque encontró la regla para medir el tamaño del Universo.

El Harvard College Observatory (acrónimo HCO) es hoy en día un pequeño observatorio situado al final de Garden Street en Cambridge. Esta institución gestiona una serie de edificios, organizaciones de menor importancia e instrumentos diversos que se utilizan para distintas investigaciones astronómicas. Todo pertenece al Departamento de Astronomía de la Universidad de Harvard.
A finales de siglo XIX había allí una “sala de computadoras” que realizaba las tareas de clasificación de los datos astronómicos pero aquella sala no era ningún espacioso recinto climatizado repleto de aparatos con pantallas y botones sino tan solo un cuarto estrecho con muebles de madera, que se calentaba por una estufa de aceite cuando el frío arreciaba en Cambridge, Massachusetts. Las “computadoras”, o “calculadoras”, de esa sala no eran máquinas sino una serie de mujeres que el observatorio contrataba para hacer las tareas más tediosas de las investigaciones astronómicas.
Una de aquellas mujeres fue Henrietta Leavitt cuya vida es desconocida para el gran público porque no figura en muchos libros, ni es conocida a pesar de haber sido la mujer que hizo los descubrimientos más importantes en el mundo de las Astronomía. Una tarea que, tradicionalmente «solo era para hombres». Nunca recibió ni reconocimiento ni ninguna medalla, o premio y gran parte de su vida sigue siendo un misterio.
Su historia comienza un 4 de julio. En esa fecha en la que tradicionalmente se celebra el día de la independencia de los EE.UU. y en el año 1868 nació en Massachussets la hija del reverendo George Roswell Leavitt un pastor congregacionalista, de la “Iglesia Unida de Cristo” y de su esposa Henrietta Swan Kendrick. Dicen que «de casta le viene al galgo » y si bien el padre de nuestra protagonista no destacó por nada especial ( fuera de su vocación religiosa) el mismo era hermano de Erasmus Darwin Leavitt Jr. un notable ingeniero mecánico estadounidense, conocido por sus diseños de máquinas de vapor.
Se desconoce casi todo de la vida personal de Henrietta Leavitt más allá de que nunca se casó ni formó una familia. Tan solo sabemos que su familia era acomodada y que su padre-como pastor evangélico-viajaba frecuentemente por su trabajo. Era una niña muy inteligente que tras completar su educación secundaria, estudió un año en la Universidad de Oberlin, y en 1888, al cumplir los veinte años, ingresó en el Colegio Universitario Radcliffe, una universidad para mujeres de Cambridge (Massachusetts), adscrita a la Universidad de Harvard, y hoy reconvertida en el Instituto Radcliffe de Estudio Avanzados.
En aquella época en la universidad de Harvard no se admitía a las mujeres y en 1892 en el Colegio de Radcliffe Henrietta se graduó a los 24 años en la licenciatura de estudios superiores. Tras esta graduación realizó varios viajes a Europa y en uno de ellos contrajo una enfermedad (posiblemente una meningitis) que le provocó la pérdida de su capacidad auditiva.
¿Cómo llegó Henrietta a interesarse por la astronomía? Ella nunca dejó por escrito el origen de su interés por esta materia y realmente fue una decisión extraña porque en Radcliffe predominaban más los estudios de humanidades. Sus estudios universitarios habían abarcado diversos temas desde el griego clásico, el arte, la filosofía, la geometría analítica y el cálculo pero en su cuarto y último año universitario Henrietta realizó un curso de Astronomía impartido por astrónomos de Harvard en el que obtuvo la máxima nota. Muchos piensan que pudo elegir este destino, porque el Observatorio del Harvard College estaba muy cerca de su casa familiar, y esto le daba la oportunidad de trabajar en un lugar próximo a cambio de créditos de postgrado, pero- en mi opinión- su verdadero objetivo era el de poder continuar con su carrera académica que de otra forma le hubiera estado vetado seguir con la misma porque- como ya dijimos antes- eran tiempos en los que la universidad de Harvard no admitía a las mujeres.
Es entonces cuando entra en nuestra historia la figura de Edward Charles Pickering un astrónomo que en 1877 fue nombrado director del Observatorio del Harvard College (hoy parte del Centro de Astrofísica de la Universidad de Harvard y el Instituto Smithsonian)

Aunque la elección de Pickering como director de aquel observatorio fue duramente criticada por no tratarse de un astrónomo de formación, él demostró a lo largo de su mandato que tenia una visión muy clara del futuro de la astronomía. Para él, esta ciencia no debía de limitarse exclusivamente a medir posiciones estelares, así es que decidió que su observatorio debería de obtener grandes cantidades de datos que permitieran al resto de investigadores teorizar sobre el cosmos. Estaba convencido de que disponer de una gran colección de fotografías de cada rincón del cielo, tomadas de manera periódica durante años, llegaría a tener un valor inmenso y embarcó a aquella institución a un desafío sin precedentes: hacer una completa catalogación de las estrellas del firmamento.
En 1843 logró que las fortunas de Boston se implicaran en la financiación y construcción de un telescopio de última generación para el observatorio de Harvard y cuatro años después Cambridge ya contaba con su “Gran Refractor”, un telescopio con una lente de treinta y ocho centímetros que durante veinte años fue el mayor y más potente de todos los Estados Unidos. Con aquel instrumento, en Harvard comenzó una época dorada de descubrimientos, que sin embargo no era suficiente para Pickering ya que los mismos solo cubrían el hemisferio norte. Así es que- tras varias expediciones- se decidió construir un segundo telescopio en la remota ciudad de Arequipa, en Perú que fue inaugurado en 1896 y que recibió el nombre de telescopio “Bruce” que con sus 63,5 centímetros ocuparía su trocito de protagonismo en esta historia.

Las fotografías del cielo estrellado obtenidas por estos dos telescopios eran placas de vidrio de 30 x 40 centímetros, barnizadas con una emulsión sensible a la luz. Las mismas se montaba en un marco de madera con un espejo para iluminarlas desde atrás y se presentaban en negativo sin posivitizar por lo que el fondo del cielo era blanco y las estrellas se veían como puntitos negros en las mismas

A las placas producidas por el telescopio “Gran Refractor” había que sumarles las del telescopio “Bruce” de Arequipa, que llegaban a Cambridge después de un largo viaje desde Perú, primero transportadas desde la montaña a lomos de mula hasta Chosica, para luego ser enviadas por tren al puerto del Callao, y subidas a un barco que rodeando el Cabo de Hornos, enfilaban hacia el norte por el océano Atlántico hasta el puerto de Boston en una travesía que duraba varios meses. A lo largo de seis décadas, el Observatorio Harvard aglutinó cerca de medio millón de aquellas placas de cristal fotográfico que suponían más de trescientas toneladas de material con las imágenes de unos diez millones de estrellas.
En la década de 1880 el Observatorio del Harvard College emprendió la tarea de catalogar las estrellas más brillantes de aquellas placas ordenándolas por su posición, su brillo aparente y su temperatura. Edward Pickering, inició este proyecto con el dinero aportado por la viuda de un astrónomo aficionado de nombre Henry Draper formando un gran catálogo fotométrico al que dio el nombre de este mecenas y en el que se registraban las magnitudes y posiciones de enormes campos estelares que cubrían gran parte del cielo, en diferentes instantes de tiempo y durante años. Al publicarse su versión final, entre 1918 y 1924, el Catálogo Henry Draper ya contenía la información de cerca de 250.000 estrellas.
Pero pronto se vio que aquel volumen de datos generado por aquellos dos telescopios era de tal calibre que superaba en mucho las capacidades de Pickering y de sus ayudantes si se quería mantener un mínimo ritmo de análisis y registro. Hoy en día, los modernos ordenadores pueden enfrentarse al problema de analizar una ingente cantidad de datos astronómicos pero en la época de Pickering, estos no existían y la única posibilidad de afrontar el reto de analizar tan gran cantidad de información era la contratar a personas que hicieran este tedioso trabajo. Así es que a Pickering se le ocurrió la idea de contratar a un grupo de mujeres para encargarse del mismo.
¿Por qué Charles Pickering eligió a mujeres para hacer este trabajo? La historia comienza en la primavera de 1879, en la ciudad de Boston cuando Williamina Fleming una inmigrante escocesa de 22 años, embarazada, sola y sin un sitio donde vivir; encontró un trabajo para servicio doméstico en la casa del profesor Pickering. Él la animó para que viajara a Escocia, a dar a luz en casa de su familia, y le prometió que la recibiría nuevamente en cuanto ella quisiera regresar. Cuando Williamina llamó de nuevo a su puerta con su hijo, en abril de 1881, él le ofreció trabajar en el Observatorio de Harvard. como ayudante en tareas administrativas y para hacer cálculos rutinarios. Tras esta primera experiencia con una mujer inteligente como Williamina Fleming en 1886, Pickering, consiguió más fondos y decidió contratar a un equipo de mujeres que se encargarían de realizar los cálculos rutinarios para analizar las fotografías de las estrellas y clasificar los espectros de las placas fotográficas de las mismas. Una decisión revolucionaria, porque las mujeres tenían vedado el acceso a las instalaciones universitarias.

Para aquellas mujeres era un trabajo más estimulante que el de limpiar una casa o trabajar en una fábrica y Edward Pickering supo apreciar la valía de las mismas y se las arregló para que trabajaran todas juntas en una sala del Harvard College aunque dadas las costumbres de aquella época, sus trabajos quedaban eclipsados y desconocidos. De hecho aquel grupo de damas fue jocosamente bautizado como “el harén de Pickering”
Y aquellas mujeres también fueron llamadas las Harvard computers (computadoras de Harvard) porque eso es lo que realmente eran : unas computadoras de carne y hueso. Entre los años 1885 y 1927 el observatorio de Harvard contrató a cerca de 80 mujeres que se dedicaron a estudiar las fotografías astronómicas y a medir las posiciones y brillos de las estrellas. Era un trabajo duro porque les exigía mirar por un ocular, medir el tamaño de las estrellas de la placa y compararlas con otras cuyo brillo se conocía anotando meticulosamente los datos en un cuaderno marcado con sus iniciales.El observatorio exigía a sus “calculadoras” el trabajar durante siete horas al día y seis días por semana por un salario de 25 centavos de dólar por hora.


Las mujeres “calculadoras” de aquel observatorio dividían sus tareas: en un grupo unas estudiaba el color de las estrellas, para deducir su composición química y su temperatura. Entre ellas hubo algunas tan brillantes como Williamina Fleming y Annie Jump Cannon que inventó una manera de ordenar las estrellas por clases de color y temperatura y cuyo método aún se sigue usando hoy en día

Aquella Annie realizó un trabajo increíblemente maravilloso, y Pickering propuso al presidente de la Universidad de Harvard, el que se le otorgase un nombramiento oficial pero a principios del siglo XX la mujer no valía nada y solamente se autorizó para ella un puesto de “conservadora de fotografías astronómicas”. Tampoco se autorizó que su nombre apareciese como coautora del catálogo de estrellas del observatorio Harvard, tal como había solicitado el profesor Edward Pickering.
Otro grupo de “calculadoras” se dedicaba a medir los puntos que representaban las estrellas para determinar su brillo aparente y a esta tarea se integró en 1893 la joven de 25 años Henrietta Leavitt. Estaba especialmente dotada para aquel trabajo pues, además de su inteligencia y tesón, padecía de una incipiente sordera que la ayudaba a abstraerse totalmente en su trabajo. Durante años, Henrietta fue llenando cientos y cientos de cuadernos con anotaciones de lo que observaba en la miles de placas que estudió.

Durante su larga relación con el Observatorio de Harvard, Henrietta Leavitt se ausentó muchas veces, unas por motivos de salud y otras por problemas familiares; a veces sus ausencias duraban mucho tiempo pero Edward Pickering, director del observatorio, le tenía un especial afecto y nunca prescindió de ella (quizá porque sabía lo que valía su trabajo).
Eran tiempos en los que el concepto de “galaxia” aún era desconocido y las observaciones de la época no permitían saberlo. Los astrónomos de principios del siglo XX no tenían ni la menor idea del tamaño del Universo porque se desconocía un dato crucial: la distancia a la que estaban las estrellas
¿Cómo podía medirse la distancia a una estrella? Hasta entones se usaba un método tradicional ideado hace 2.300 años por el filósofo griego Aristarco de Samos, que era el paralaje

Con este método se puede determinar la distancia a un objeto lejano con sólo observarlo desde dos posiciones distintas. Por ejemplo, como la Tierra se desplaza en su órbita alrededor del Sol, si tomamos la medida de la estrella en una fecha determinada, por ejemplo, el 15 de enero y un tiempo después, por ejemplo, el 15 de julio, medimos cuánto se ha movido la misma con respecto al fondo, sabiendo las posiciones de la Tierra en esas fechas y el ángulo del paralaje podemos hacer este cálculo por trigonometría
Pero no fue hasta el siglo XIX, cuando el astrónomo alemán Friedrich Bessel consiguió hacerlo funcionar. Empleando telescopios de gran precisión, obtuvo una desviación de menos de 1 segundo de arco en la estrella 61 Cygni y gracias a ello pudo determinar que estaba 657.000 veces más lejos que el Sol. El método solo funcionaba para unas pocas estrellas porque para las estrellas muy lejanas era imposible determinar su paralaje. Así es que a principios del siglo XX sólo se conocía la distancia de unas 60 estrellas y lo que había más allá se escapaba. Al no haber un método para determinar grandes distancias en la época de Henrietta no se podía conocer el tamaño del Universo.
Como antes dijimos el trabajo de Henrietta Leavitt era el anotar los datos de cada estrella, incluyendo su tamaño (relacionado con el brillo) y compararlos con los obtenidos del mismo sector espacial en diferentes momentos del año. Un día de 1904, ella estaba catalogando una placa cristalográfica de la “Pequeña Nube de Magallanes”, procedente del observatorio de Arequipa en Perú, y observó un cierto patrón en el comportamiento de unas estrellas variables que se hallaban en la constelación de Cefeo.

El nombre de estas estrellas variables eran cefeidas (por venir de Cefeo) y son estrellas que suben y bajan de brillo. Henrietta se dio cuenta de que estas estrellas cefeidas titilaban con un ritmo regular y tenían una mayor luminosidad cuanto más largo era su periodo, lo cual parecía suceder de una forma bastante predecible.
Henrietta encontró cientos de aquellas estrellas variables y con los datos obtenidos publicó en 1908 las coordenadas de 1777 de las mismas junto con sus magnitudes en los Anales del Observatorio de Harvard. Aquel artículo, fruto de un meticuloso trabajo se titulaba 1777 variables en las Nubes de Magallanes y es uno de los poquísimos que ella escribió. En el mismo cuenta cómo preparaba sus placas para determinar la posición y la magnitud de aquellas estrellas e incluyó una frase que terminaría revolucionando totalmente la ciencia astronómica: “Es destacable que, en esta tabla, las estrellas más brillantes tienen los períodos más largos”. Esta afirmación de que las estrellas más brillantes tienen los períodos más largos, terminaría revolucionando la ciencia astronómica.
Para entender el descubrimiento de Henrietta podemos imaginar a dos focos que brillan en la oscuridad, uno más tenue que el otro. ¿Cuál está más lejos? No hay manera de saberlo porque el foco brillante podría estar más lejos y sin embargo refulgir más en la distancia si emite mucha más luz que el tenue. Sin embargo ella había descubierto es que “sus estrellas” (las cefeidas ) eran un tipo en las que su brillo variaba con el tiempo de manera constante y periódica y que todas compartían una característica muy importante: su luminosidad estaba directamente relacionada con su periodo de variación. De este modo, las estrellas más luminosas tenían ciclos de variación más largos; y las menos brillantes, tenían periodos más cortos. Y siempre, siempre, eran directamente proporcionales. Por tanto, con medir su periodo ya podría conocerse el brillo intrínseco de esa estrella.

Y para medir distancias esto era muy importante porque si sabemos cuánta luz emite un foco (es decir su luminosidad intrínseca) se cumple la regla de que esa fuente de luz que se aleja se va atenuando de una forma precisa con la distancia: al doble de distancia se ve cuatro veces más tenue, al triple, nueve veces, al cuádruple, 16 veces, y así sucesivamente. Esto es la llamada ley del inverso del cuadrado. Resumiendo: si sabemos cuánto brilla una fuente de luz cuando la tenemos cerca, podemos deducir a qué distancia se encuentra midiendo simplemente su brillo aparente.

Por ejemplo miremos una carretera muy larga con cientos de farolas a sus lados. Todas las bombillas de las farolas tienen la misma potencia, por ejemplo, 100 W. Sin embargo, vemos que las que tenemos más cerca brillan con más fuerza. Y según vamos mirando más hacia lo lejos parece que brillan cada vez menos. Esta atenuación de su brillo depende de la distancia, y es inversamente proporcional al cuadrado de esa distancia. La clave está en la potencia de esas bombillas: si tuvieran potencias diferentes no podríamos saber cuál está más lejos que otra pero al tener el mismo brillo intrínseco, es fácil calcular cuál está más cerca y cuál más lejos.
El problema era que Henrietta Leavitt no sabia cuánto brillaba intrínsecamente cada una de sus estrella cefeidas pero- eso si- tenía la seguridad de las mismas estaban todas aproximadamente a la misma distancia (la de la Pequeña Nube de Magallanes) por eso sus diferencias de brillo no podían deberse a diferencias de distancia y ella anotó que las más brillantes palpitaban más despacio. De ahí que tal vez se podría deducir su brillo a partir del ritmo de las pulsaciones estelares de aquellas estrellas.
Henrietta Leavitt quería refinar sus observaciones, pero nuevamente tuvo que ausentarse por enfermedad y cuando volvió a Cambridge, preparó una gráfica con 25 variables que mostraba la relación entre brillo y periodo. La misma apareció en un artículo publicado en 1912 en la circular 173 del Harvard College Observatory. Este trabajo estaba firmado por Edward Charles Pickering director del observatorio y jefe de las mujeres “calculadoras” y se titulaba Periodos de 25 estrellas variables en la pequeña nube de Magallanes aunque el señor Pickering comenzaba el mismo con las siguientes palabras: «La siguiente exposición referente a los periodos de veinticinco variables en la Pequeña Nube de Magallanes fue preparada por Miss Leavitt».
En el mismo se mostraban los periodos de 25 cefeidas en la Pequeña Nube de Magallanes y quedaba patente la relación periodo-luminosidad de las mismas que Henrietta ilustró también de forma gráfica (ver figura siguiente)

Y tal y como se explicaba en este trabajo: “Se puede dibujar fácilmente una línea recta entre cada una de las dos series de puntos correspondientes a máximos y mínimos, lo que demuestra que existe una relación simple entre el brillo de las variables Cefeidas y sus períodos.”
Y así se confirmaba que había una relación, antes insospechada, entre el ritmo de aquellas estrellas variables (llamadas cefeidas) y su luminosidad. Las estrellas que tenían el mismo período de pulsación tenían, también, la misma luminosidad, revelándose la gran regla para comenzar a medir el universo: bastaba con encontrar una cefeida en nuestro telescopio y establecer su período. De ahí se inferiría su luminosidad y podríamos calcular la distancia, comparándola con su brillo aparente en el cielo. Las cefeidas se podían usar como candelas estándar para medir las distancias a galaxias demasiado lejanas como para poder aplicar el método clásico de la paralaje. Es decir, Miss Leavitt, había proporcionando con su descubrimiento una nueva regla para medir el tamaño real del Universo.
Para los resultados que podía obtenerse usando la relación de Henrietta Leavitt combinada con la ley del inverso del cuadrado eran solo distancias relativas, es decir: “tal estrella está cuatro veces más lejos que tal otra” Para obtener las distancias absolutas había que calibrar la relación y para ello se necesitaba encontrar alguna cefeida cuya distancia se pudiera medir por triangulación. Con eso y a partir de la distancia a una sola cefeida se podrían deducir las de las demás.
Como no había cefeidas lo bastante cercanas, la alternativa de medida era usar el método del paralaje triangulando con una base más grande. ¿Cómo procurarse una base más grande que el diámetro de la órbita de la Tierra? En el siglo XIX el astrónomo William Herschel había observado que las estrellas de la constelación de Hércules se separaban con los años como si se alejaran de un punto central, mientras que las de Columba, exactamente del lado contrario del cielo, se juntaban , lo que significa que el Sol se aleja de Columba y se acerca a Hércules. En un año este movimiento desplaza a la Tierra una distancia cuatro veces mayor que el diámetro de su órbita.
El astrónomo danés Ejnar Hertzsprung le dio un uso práctico a este descubrimiento y tomó la primera medición de la posición de varias cefeidas , esperó a que el Sol (y con él la Tierra) se hubiera desplazado lo suficiente, tomó las segundas mediciones y midió las paralajes. Así obtuvo las distancias a estas estrellas, y con ellas una primera calibración de la relación de Leavitt. Usando esta relación Ejnar Hertzsprug calculó la distancia a la Pequeña Nube de Magallanes estableciendo que la misma se encontraba a 30.000 años-luz, una cifra que, aunque menor de la real, despertó la incredulidad de los astrónomos al enfrentarlos a distancias tan colosales.
Y en 1929 Edwin Hubble presentó un trabajo en el que se establecía que cuanto más lejos estaba una galaxia más rápidamente se alejaba de nosotros, lo que hoy conocemos como Ley de Hubble-Lemaître y asombró al mundo con la revelación de que una mancha que se veía en el cielo era una enorme galaxia compuesta por millones de estrellas con un diámetro de 150.000 años /luz y que denominó galaxia de Andrómeda.

El universo no era estático, como se consideraba en la época, de Henrietta sino que se estaba expandiendo y esto fue la semilla de la Teoría del Big Bang y de toda la cosmología moderna.
Por increíble que parezca, después de su gran descubrimiento, Pickering apartó a Henrietta de la línea de investigación de las cefeidas y la relegó a una tarea más monótona: refinar el sistema de clasificación de las estrellas según sus magnitudes. Ella siguió cumpliendo con su deber y utilizando 299 placas fotográficas de 13 telescopios diferentes ordenó las estrellas en base a 17 categorías distintas de brillo. Era tan genial que el patrón de medida que desarrolló, por su precisión fue adoptado en 1913 por el Comité Internacional de Magnitudes Fotográficas. Al final de su vida, Henrietta había clasificado 2400 estrellas variables, más de la mitad de todas las conocidas hasta la fecha.
Lo lógico sería pensar que una carrera tan grande como la de Henrietta Leavitt hubiera sido reconocida por la comunidad astronómica mundial pero no fue así. Esta mujer siguió ocupando un cargo de asistente con un raquítico sueldo . Tal solo meses antes de su muerte en 1921, el nuevo director del Observatorio de Harvard, H. Shapley, la nombró jefa del departamento de Fotometría Estelar pero fue en un tiempo tan breve que el 6 de noviembre de aquel año 1921 Annie Jump Cannon aquella otra gran mujer del grupo de las «Computadoras de Harvard» fue a visitarla porque ya se estaba muriendo de cáncer de estómago. Tenía 53 años y el 12 de diciembre de aquel año Cannon escribió en su diario: “Día lluvioso, noche de diluvio. Henrietta falleció a las 10:30 PM”. En su testamento legando todos sus bienes y posesiones a su madre el valor total de su patrimonio era solo de unos míseros 344,89 dólares.
Esta es la historia de una mujer que nunca fue distinguida por sus maravillosos trabajos y aportaciones a la Astronomía. El propio Edwin Hubble declaró en repetidas ocasiones que ella merecía el premio Nobel, pero nunca lo recibió y-pico a poco- fue sucumbiendo en su batalla contra el cáncer, muriendo de manera tan silenciosa como había vivido.
Como dicen eso de que «a burro muerto la cebada al rabo» el matemático sueco Gösta Mittag-Leffler propuso nominarla al Premio Nobel por sus trabajos sobre las estrellas variables y los cálculos de las distancias estelares. Sin embargo, y puesto que los premios Nobel no pueden ser entregados a título póstumo, nunca alcanzó esta distinción aunque se puso su nombre al cráter lunar Leavitt y al asteroide (5383) Leavitt de de 7 km de diámetro) en su memoria.
Para terminar aquí pongo una obra de teatro sobre su vida que se titula “El honor perdido de Henrietta Leavitt”, escrita y dirigida por Carmen del Puerto, jefa de la Unidad de Comunicación y Cultura Científica del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC). Ahora que está tan de moda la causa feminista comprobaréis cómo las mujeres como Henrietta se diferencian enormemente de las que hoy intentan defender esta causa.
Fuentes:
Leavitt, Henrietta S. (1908). «1777 variables in the Magellanic Clouds «. Annals of Harvard College Observatory, vol. 60, pp.87-108.3
Pickering, Edward C.; preparado por Leavitt, Henrietta S. (1912) “Periods of 25 Variable Stars in the Small Magellanic Cloud”. Harvard College Observatory Circular, vol 173, pp.1-3.
Sergio de Régules. Artículo en ¿comoves? Henrietta Swan Leavitt Tenaz medidora del universo
Sandra Benítez Herrera. Revista Astronomía octubre de 2019. Las Cefeidas de Henrietta (I)