La imagen más conocida de Lucrecia Borgia es la que pintó Bartolomeo Veneto como una mujer pelirroja con el pelo rizado sobre sus hombros y un pecho desnudo. La imagen nos recuerda el mito de aquella mujer del Renacimiento que vino al mundo el 18 de abril de 1480, cuando el entonces cardenal Rodrigo Borgia convocó en su mansión de Roma a unos astrólogos para conocer el porvenir de una niña recién nacida hija de Vanozza Catanei, una bella romana casada por entonces con el caballero milanés Giorgio San Croce pero su concubina preferida. Él era su verdadero padre y luego se convirtió en el Papa Alejandro VI.
Lucrecia Borgia representa para muchos el maquiavelismo y los escándalos sexuales que caracterizaron a la Italia del siglo XVI, pero fue Alejandro Dumas quien en su obra «Crímenes célebres» nos recreó la historia de los Borgia, e inventó el mito y la leyenda negra que rodean a este personaje. Con él Lucrecia Borgia pasó a la historia como culpable de los peores crímenes.
Y fue Dumas el que también nos habló de un «misterioso armario» que-supuestamente- encerraba los venenos utilizados por aquella malvada mujer
El supuesto armario de los venenos
Supuestamente se trataba de un mueble estilo renacimiento italiano del siglo XVI construido en madera de ébano de dos metros de alto por un metro de ancho, ornamentado con bronces que representaban a dioses, ninfas y satiros en actitudes lascivas y que tenía cerca de cien cajoncitos secretos en los que-supuestamente- la asesina Lucrecia guardaba cada uno de los venenos mortales que destinaba a sus enemigos. Además aquel supuesto armario llevaba un extraño reloj en su parte superior que solo marcaba 6 horas.
Detalle del reloj del armario
Se cuenta también que el citado mueble fue un regalo del papa Alejandro VI a su hija y que durante mucho tiempo formó parte del mobiliario de la Casa Médicis. Para completar el puzzle aún nos falta lo mejor- y nos lo dice el mismo Alejandro Dumas en su libro- y es que tenía una extraña llave para abrir el armario, con una cerradura que ocultaba un mecanismo de seguridad. La misma exigía el empleo de un dedal metálico para protegerse porque al girar la llave se lanzaba por ese agujero cercano a la cerradura una fina aguja impregnada con un veneno mortal
Supuesta cerradura del armario
Y la historia continua afirmando que a finales del siglo XIX, el mueble fue supuestamente enviado a Rusia como un regalo del cardenal Fernando de Medicis, al zar Nicolas I en agradecimiento por la proteccion concedida por aquel emperador a los católicos romanos de Rusia y estuvo en poder de la dinastía Romanoff haciéndose su leyenda más grande cuando pasó a ser propiedad de aquel extraño y famoso monje siberiano llamado Grigory Yefimovich Rasputin consejero de la zarina Alejandra Fiódorovna, a la que- supuestamente- hizo creer que del mismo le venia su inspiración ya que pasaba largas horas meditando ante aquel armario de venenos.
Rasputín
La leyenda continua añadiendo que en 1917 este armario debió de ser sacado de alguno de los palacio de la aristocracia rusa durante el pillaje de Tsarskoié Selo, e incluso se llegó a afirmar que fue un diplomatico ruso quien salvó este mueble de la propia casa de Rasputín. El «Diario Estampa» en 1931 contó que el mueble fue pasado fraudulentamente a través de la frontera por unos campesinos en el año 1917. Una historia que se relata muy bien en el Blog de Miguel Ángel Ferreiro .
Después -supuestamente – el mueble llegó a manos de un viejo que vivía en Berlín y fue puesto en venta en pública subasta en el año 1929.
Cómo podemos ver se trata de una historia que ni Edgar Allan Poe y sus casos de Dupin (aquel investigador tan peculiar y con un estilo diferente de Sherlock Holmes, pero basado en la intriga y en el suspense) podría armar mejor y con un tema fascinante. Rastreando por Internet la supuesta venta de esta pieza aparece una referencia a la misma en el diario El Imparcial y un relato publicado en el número 464 de fecha 2 de Octubre de 1938 de la revista Crónica .
También en «El Diario de Huesca» del 16 de Mayo de 1929 se hace referencia a este armario pero todas las informaciones se repiten como si se hubieran copiado de la misma fuente, La información de la revista «Crónica» de 1938 es un poco más extensa y nos añade que de este misterioso armario debieron salir los «venenos misteriosos» que mandaron al otro mundo al cardenal Orsini, al cardenal Michiel y al príncipe turco Zizim y también la ponzoña que habría de matar en un banquete al cardenal Adriano; pero que por un error fue servido al propio papa Alejandro VI Borgia, que estuvo a punto de morir y acabar con la familia envenenadora añadiendo que lo mas notable del caso era que a pesar de las vicisitudes por las que había pasado aquel mueble, su estado de conservacion era casi perfecto y que sus bronces y tallas parecían recien salidos de las manos de los artistas.
Todo esto responde a los tópicos de una «leyenda urbana« (urban legend) ese típico relato que partiendo de hechos reales, los exagera, los mezcla con datos ficticios y termina distorsionándolo todo. Algo muy habitual en los medios de comunicación españoles de los años 30 que nos vendían muchas «historias ficticias » para llenar titulares.
Lo que si es cierto es que la familia Borgia ocupó un lugar tristemente destacado dentro de la historia de los venenos pero aquella mujer llamada Lucrecia Borgia, hermosa, culta y refinada fue solo un peón al servicio de las ambiciones de su padre, el papa Alejandro VI, y de su temible hermano César, que la implicaron en la agitada política italiana Su vida se convirtió en una relación amor-odio con su hermano y su padre y a lo largo de su breve existencia tuvo que aprender el sentido de la familia en un periodo convulso para Italia, en el que los lazos de sangre eran esenciales para defender el patrimonio adquirido.
Los Borgia no fueron diferentes de otros contemporáneos suyos como los Malatesta, Médici o Sforza y sus maquinaciones estaban incluidas en los códigos de conducta que practicaban las familias nobles italianas. Lucrecia no pudo, ni supo controlar la manipulación miserable que se estaba haciendo con su persona pero consciente de su papel, consintió en todo, y se dejó llevar por unos y por otros, pasando a la historia como culpable de los peores crímenes.
Posiblemente alguna vez debió de recurrir al uso de los venenos pero… ¿tenía tantos como para necesitar un armario con más de cien «cajoncitos secretos» para guardarlos? Ella usaba principalmente «el arsénico» y tal vez con este veneno, pudo despachar a algún que otro contrincante político de su familia, pero justo es decir que el empleo de estos bebedizos mortales no fue patrimonio exclusivo de Lucrecia Borgia sino que algo relativamente habitual en aquella turbulenta y poco escrupulosa época
Como el arsénico no era muy conocido en su época, era el «veneno preferido» de los Borgia, y su mejor composición se hizo con la “cantarella” , un veneno obtenido mezclando el arsénico con tripas de cerdo y colocando las mismas en una vasija a la que se le iba añadiendo este arsénico; la mezcla se dejaba pudrir treinta días hasta que se obtenía un líquido que se dejaba cristalizar y se pulverizaban hasta conseguir una especie de fina arena similar al azúcar. Para guardar estos polvitos no se necesita un armario ya que pueden llevarse fácilmente en un anillo para poder verterlos en una copa de vino.
Lucrecia Borgia falleció a los 39 años, el 24 de junio de 1519, mientras daba la luz a una niña y no creo que tuviera ningún «armario de venenos» tan sofisticado como el que se nos cuenta en todas estas historias, pero así son las «leyendas urbanas«: historias demasiado buenas como para ser verdad.