El origen de este refrán se atribuye a una anécdota que le ocurrió a don Álvaro de Luna durante una cacería. En el transcurso de ésta, el célebre condestable de Castilla se topó con un pobre hambriento que en el lugar de sus ojos presentaba dos horribles cicatrices que desfiguraban por completo el rostro. Totalmente…